Cabellos largos, y digo largos porque se lucen por debajo de los hombros. De distintos tamaños, pero con una misma forma. Todos de igual color, precisamente negro. Estos, no se inclinan para el lado de rebeldía, ya que cada cabello respeta el lugar que le fue impuesto. Nacen en un mismo lugar, pero culminan en distintos lugares. Sin embargo, no se entrecruzan creando enredos.
Seguido de esto, podemos decir que la cortina de hilos negros, acompaña un rostro de tes morena, provocando la exclusión de cualquier tipo de contraste entre dicha cortina y el color de la piel que reposa sobre los huesos que configuran un rostro semicuidado por cremas de belleza, a pesar de la corta edad de su dueña.
Las dos circunferencias de color blancas, las cuales en su entro se ubican dos circunferencias más pequeñas de color negro, se encuentran resguardadas por pestañas alargadas, divididas por un hueso alargado, con una forma -que con total seguridad afirmo- heredé a la familia de mi madre.
Pues bien, esta soy yo. Romina Gimenez o Gimenez Romina, como más les guste.
Hablar acerca de mi, me resulta divertido. Aunque, no puedo negar que me cuesta un poco jugar un poco con la empatía, para saber como me ven los demás o que sensación les doy.
Me considero una persona muy insegura y muy poca veces me siento conforme con mis producciones. Suele sucederme, por ejemplo, que cuando concluyo con un determinado trabajo facultativo, al entregarlo, me brota la sensación de que podría haber estado mejor, y me quedo con ese sabor amargo hasta que me dan el veredicto. Soy una persona que no cuenta con mucha fe en sí misma.
Hoy, me encuentro en la universidad, estudiando algo que yo misma elegí. Me gusta lo que hago y tengo muchos planes para un futuro, al cual no veo tan lejano.
Intentando, realizar una breve descripción de mi misma, indagaba acerca de mi relación con la lectura, y me di cuenta que mi historia con la lectura tiene muy poco de atractivo. Nunca creí, que en la secundaria, cuando debía tomar la decisión más difícil con respecto a mi futuro, el de seguir estudiando o no, mi inclinaría tanto por los libros, ya que estos no demandaban un gran espacio dentro de mi vida cotidiana.
Sin embargo, aún tengo fresco en la memoria, recuerdos acerca de los veranos en mi plena adolescencia. Mi cuerpo, ubicado debajo de un gigantesco árbol, el cual se encontraba en el patio trasero de mi casa, recostada sobre una tela que actuaba como colchón, debajo de aquellas hojas que se partían cuando mi cuerpo se extendía sobre ella. Así mismo no me permito excluir de dicha anécdota, aquel elemento fundamental, que reposaba sobre uno de los extremos, del simple regazo de tela estampada. Allí estaba ella, compartiendo también mis horas de la tarde, como siempre fiel a su dueña, mi almohada. Ella, me trasmitía la misma comodidad que me transmitía durante la noche. Yo misma la trasladaba hacia esa cama imaginaria. Que para pasar aquellos días de tanto calor, se convertía en el lugar perfecto para pasar esa estación del año tan difícil de soportar para aquellos que no cuentan con la posibilidad de emigrar hacia las zonas más frescas de Buenos Aires.
Los libros que leía, me deban la sensación de estar viviendo vidas distintas todo el tiempo. Mi imaginación volaba libremente. Las líneas de las narraciones me iban guiando hacia lugares inesperados y me hacían descubrir sensaciones nuevas. De esta manera transcurría el verano para mí.
Los libros, el sencillo regazo de tela, mi almohada, y yo formábamos un verdadero equipo. Todos nos movilizábamos en masa. Si por alguna situación de imprevisto debía ausentarme a la cita, debajo del árbol después de almorzar, no abandonaba a mi equipo, pues ellos iban conmigo hacia donde fuera, sin importar las distancias.
No fui de tener muchos amigos en mi infancia, ni en mi adolescencia, tal vez fue ese el detonante que me inclino a refugiarme en el equipo de salvación que sola me había conformado.
Mi curiosidad por los libros se iba incrementando a medida que los años pasaban. Tal es así, que durante el nivel primario, me interesaba por el género de las novelas románticas, acordes a la edad que tenía en ese momento. Sin embargo, durante el nivel secundario el género se modificó y comencé por indagar más acerca del mundo teatral. Los diálogos entre los personajes me mantenían atónita frente al libro, me divertían y me angustiaban a la vez. Siempre buscaba identificarme con algún personaje en especial, buscaba ser parte de la obra en cuestión.
Soy conciente de que transcurría mis días viviendo vidas ajenas, inventadas e irreales, pero que apasionante que era todo aquello. A pesar de que ya hayan pasado varios amaneceres en mi vida, hoy al verme escribiendo sobre aquella época, se entremezclan en mi, sensaciones de nostalgia y alegría por aquella niña que fui y que tan feliz por aquellos tiempos.
Seguido de esto, podemos decir que la cortina de hilos negros, acompaña un rostro de tes morena, provocando la exclusión de cualquier tipo de contraste entre dicha cortina y el color de la piel que reposa sobre los huesos que configuran un rostro semicuidado por cremas de belleza, a pesar de la corta edad de su dueña.
Las dos circunferencias de color blancas, las cuales en su entro se ubican dos circunferencias más pequeñas de color negro, se encuentran resguardadas por pestañas alargadas, divididas por un hueso alargado, con una forma -que con total seguridad afirmo- heredé a la familia de mi madre.
Pues bien, esta soy yo. Romina Gimenez o Gimenez Romina, como más les guste.
Hablar acerca de mi, me resulta divertido. Aunque, no puedo negar que me cuesta un poco jugar un poco con la empatía, para saber como me ven los demás o que sensación les doy.
Me considero una persona muy insegura y muy poca veces me siento conforme con mis producciones. Suele sucederme, por ejemplo, que cuando concluyo con un determinado trabajo facultativo, al entregarlo, me brota la sensación de que podría haber estado mejor, y me quedo con ese sabor amargo hasta que me dan el veredicto. Soy una persona que no cuenta con mucha fe en sí misma.
Hoy, me encuentro en la universidad, estudiando algo que yo misma elegí. Me gusta lo que hago y tengo muchos planes para un futuro, al cual no veo tan lejano.
Intentando, realizar una breve descripción de mi misma, indagaba acerca de mi relación con la lectura, y me di cuenta que mi historia con la lectura tiene muy poco de atractivo. Nunca creí, que en la secundaria, cuando debía tomar la decisión más difícil con respecto a mi futuro, el de seguir estudiando o no, mi inclinaría tanto por los libros, ya que estos no demandaban un gran espacio dentro de mi vida cotidiana.
Sin embargo, aún tengo fresco en la memoria, recuerdos acerca de los veranos en mi plena adolescencia. Mi cuerpo, ubicado debajo de un gigantesco árbol, el cual se encontraba en el patio trasero de mi casa, recostada sobre una tela que actuaba como colchón, debajo de aquellas hojas que se partían cuando mi cuerpo se extendía sobre ella. Así mismo no me permito excluir de dicha anécdota, aquel elemento fundamental, que reposaba sobre uno de los extremos, del simple regazo de tela estampada. Allí estaba ella, compartiendo también mis horas de la tarde, como siempre fiel a su dueña, mi almohada. Ella, me trasmitía la misma comodidad que me transmitía durante la noche. Yo misma la trasladaba hacia esa cama imaginaria. Que para pasar aquellos días de tanto calor, se convertía en el lugar perfecto para pasar esa estación del año tan difícil de soportar para aquellos que no cuentan con la posibilidad de emigrar hacia las zonas más frescas de Buenos Aires.
Los libros que leía, me deban la sensación de estar viviendo vidas distintas todo el tiempo. Mi imaginación volaba libremente. Las líneas de las narraciones me iban guiando hacia lugares inesperados y me hacían descubrir sensaciones nuevas. De esta manera transcurría el verano para mí.
Los libros, el sencillo regazo de tela, mi almohada, y yo formábamos un verdadero equipo. Todos nos movilizábamos en masa. Si por alguna situación de imprevisto debía ausentarme a la cita, debajo del árbol después de almorzar, no abandonaba a mi equipo, pues ellos iban conmigo hacia donde fuera, sin importar las distancias.
No fui de tener muchos amigos en mi infancia, ni en mi adolescencia, tal vez fue ese el detonante que me inclino a refugiarme en el equipo de salvación que sola me había conformado.
Mi curiosidad por los libros se iba incrementando a medida que los años pasaban. Tal es así, que durante el nivel primario, me interesaba por el género de las novelas románticas, acordes a la edad que tenía en ese momento. Sin embargo, durante el nivel secundario el género se modificó y comencé por indagar más acerca del mundo teatral. Los diálogos entre los personajes me mantenían atónita frente al libro, me divertían y me angustiaban a la vez. Siempre buscaba identificarme con algún personaje en especial, buscaba ser parte de la obra en cuestión.
Soy conciente de que transcurría mis días viviendo vidas ajenas, inventadas e irreales, pero que apasionante que era todo aquello. A pesar de que ya hayan pasado varios amaneceres en mi vida, hoy al verme escribiendo sobre aquella época, se entremezclan en mi, sensaciones de nostalgia y alegría por aquella niña que fui y que tan feliz por aquellos tiempos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario