domingo, 2 de noviembre de 2008

Evento Universitario




Crónica de un evento radiofónico

Era un martes de octubre y el calor se hacia presente en la atmosfera. El subte de la línea B del área Metropolitano, el que realiza el trayecto Leandro N. Alem - Los Incas, transpiraba de igual manera que los pasajeros que transportaba. A pesar del aire acondicionado que el transporte público posee en su interior aquel espacio se había transformado en un sitio imposible de permanecer. En la estación Malabia, más gente, ¡Oh no!. La muchedumbre me molestaba casa vez más, los cuerpos sudados de las personas rozaban mis brazos descubiertos, producto de la remera sin mangas que llevaba, cada vez que se acercaban a la puerta. El motor frena y llega a la estación Ángel Gallardo, sube más gente, ¿pero cuando baja alguien?. Gente, calor, más gente, poco aire, más gente, estación Medrano, caras de cansancio, estación Carlos Gardel, más gente, y en mi interior me pregunto ¿Cuánto falta para llegar a Leandro N. Alem?. Llegamos a Pueyrredón, ¡perfecto después Pasteur! y la gente comenzaba a transitar para el lado de la puerta. El calor seguía presente, firme junto al pueblo, esa situación me iba irritando casa vez en mayor grado, pero ya quedaba menos. Callao y la estación Uruguay pasaron fugazmente. Sin embargo, el bolso de color naranja que llevaba colgado de mi hombro había incrementado su peso misteriosamente, pero me convencí de que era producto del calor que no cesaba en aquel vagón. De pronto logré escuchar de fondo la voz aguda del maquinista del vagón diciendo: “próxima estación Carlos Pellegrini, combinaciones con la líneas A y C”.
Fue inevitable que en mi mente resonara: ¡Perfecto, se bajan todos! La respuesta a este hecho es que el recorrido que tiene la línea B ofrece la posibilidad al usuario de optar por hacer combinación con otros transporte públicos (subte, tren, colectivos) en la estación Carlos Pellegrini, por eso la mayoría de las personas se baja ahí, es una rutina que siempre se cumple, el subte se vacía en Carlos Pellegrini.
Finalmente el subte quedó con mayor espacio físico para acomodarse mejor y llegar sin tanto mal humor al correo central. El colectivo de la línea 159, B/G (letras de color negra) es el que espero todos los días se semana para llegar a la puerta de ingreso de la Universidad Nacional de Quilmes. Aquel martes de tanto calor, me aguardaba un evento universitario que tenía lugar en el salón auditorio. Era un evento que se disponía a hablar acerca de las radios comunitarias, todo estaba organizado, arrancaría a las 20.00hs con una extensión máxima de dos horas (según el personal organizador). En lo personal mi objetivo era llegar antes de que los expositores comiencen a hacer pública su opinión acerca de las radios. Y afortunadamente fue así.
Llegue antes de lo esperado, eran las 19.30 cuando el encuentro estaba programado para las 20.00, por eso tuve tiempo de pasar por el buffet, coca-cola y un árabe de jamón y queso fue la merienda de aquella tarde.
Mientras terminaba la merienda el horario estipulado del encuentro se acercaba. Pasaban los minutos y me encontraba ubicada en la puerta del auditorio, allí intentaba focalizar mi mente en el tema de aquel encuentro, me preguntaba ¿Qué era realmente la Comunicación Radiofónica Comunitaria? pero no sabia que responderme.
En la puerta de ingreso al auditorio divise a algunos compañeros de cátedra y a los expositores aquellos que el programa informaba que serían los voceros del encuentro. De los nombres de los expositores solo conocía a dos, a Celia Güichal (quien auspiciaría de moderadora en aquella mesa de expositores) la cual es mi profesora de la materia taller de escritura y Oscar Bosetti, profesor de la materia radio I y del taller permanente radiofónico, ambos de la universidad. Los salude tímidamente para pasar desapercibida, y ellos me devolvieron el mismo gesto.
Las 20.00hs marcaba el reloj, y yo ya estaba ubicada en una de las butacas del recinto. La presentación fue por parte de la moderadora Celia y luego le cedió la palabra a quien, según mi perspectiva tenía la voz de autoridad entre los expositores, digo por su curriculum, por llevar la cátedra universitaria de radio y por la cantidad de trabajos radiofónico que realizo en diferentes formatos, y presento en medios masivos de comunicación acerca de las radios comunitarias en argentina.
Bosetti comenzó su discurso diciendo algo tan simple, pero tan cargado de sentimiento que me hizo sentir contenta de estar un martes de tanto calor en aquel lugar. Con cuaderno, lapicera y grabador en mano escuchaba lo que el profesor decía intentando captar la intencionalidad de su discurso y de paso intentar esclarecer mis dudas con respecto a la Comunicación Radiofónica Comunitaria.
“A pesar del enamoramiento, apasionamiento, y del vivir detrás de las radios que uno personalmente pueda tener, me parece que no esta nada mal incluir cuando se habla de practicas culturales a este medio que tiene todo por hacer, mas allá de las experiencias que los compañeros en un rato más van a desarrollar”. Con estas palabras arranco el evento.


Perfil Oscar Bosetti:
El profesor Oscar Bosetti hablaba de su apasionamiento por la radio y así fue que me enganche con el discurso de la mesa. Cabe destacar que en lo personal tengo un especial agrado por los discursos del profesor, considero que no hace falta que este haga alusión acerca de su gran amor por el medio radiofónico, creo que ese sentimiento se le dispara por los poros. En sus cátedras siempre se dirige al grupo con claridad y soltura. Este profesor posee una curiosa particularidad, siempre que hace referencia a una temática, ubica al oyente (en este caso al publico que escuchaba atento en el auditorio) lo contextualiza, ya sea haciendo referencia a fechas importantes o con autores importantes, eso habla de su capacidad de su capacidad intelectual para hablar de distintos temas. En este caso en su exposición hizo lo anteriormente citado, en su breve intervención cito al autor Bertolt Brecht, autor de la década del XX que se dedico a estudiar a los incipientes medios de comunicación, entre ellos a la radio.

Escenografía:
Cuatro sillas, una mesa rectangular, cuatro carteles con nombres identificatorios correctamente ordenados, cuatro copas, cuatro botellas de agua de la marca Dasani, era la decoración de la mesa que permanecía sobre el escenario del auditorio.

Voces:
“Que mejor que las personas que trabajan en las radios comunitarias se puedan mantener con el trabajo que hacen”, decía Miguel Vidal cuando le toco su turno de exponer. El Pertenece al equipo de FM Compartiendo 89.7, la radio de la Fundación Farinello y además es miembro de la Mesa Nacional del Foro Argentino de radios comunitarias FARCO. Un muchacho de aspecto sencillo, que al igual que el profesor Bosetti utilizo términos del corazón para dirigirse acerca de la temática de las radios comunitarias.

Y el evento llegaba a su fin:
Los minutos pasaban, los expositores mantenían el orden previsto, la moderadora ordenaba el debate. Las dudas fueron contestadas cuando finalizaron las intervenciones de cada integrante de la mesa, el micrófono iba y venia entre el publico presente que formulaba preguntas.
Eran casi las 22.00 horas cuando la moderadora de la mesa de debate dio por finalizada una de las dos jornadas acerca de los procesos comunicacionales y practicas culturales que tuvieron lugar el mes de octubre en el auditorio de la Universidad Nacional de Quilmes.

Publicado en la carpeta de trabajo del bloque 3
de la materia Seminario y taller de escritura,
noviembre 2008.

Una historia entre el y yo

Cuento a partir del azar
Era un primero de enero del año 2005, me detuve a observarlo. Su estado era ausente. Su mirada perdida. Sus pensamientos invadían el aire de San Rafael Mendoza. Yo simplemente lo miraba atónita frente a sus hojas de color celeste que reposaban sobre una mesa, de aspecto desgastada por el paso del tiempo. Su presencia en aquel cuarto pasaba desapercibida. Ni siquiera imaginaba sobre que estaría escribiendo, con la música de fondo repitiendo en su estribillo “eres la copa rota, el mar en que me adentro”, sin embargo me inspiraba tranquilidad. El me transmitía serenidad.
Muchas veces, estuve casi a punto de decirle todo lo que pensaba acerca de su aspecto abandonado. Pero la inseguridad me invadía cada vez que lo intentaba, por que siempre me cuestionaba preguntándome ¿Qué pensaría Don Santos Pinchura si le decía algo acerca de su persona? No tengo el derecho ni el poder para hacerlo, no es ético, no puedo, no me está permitido.
Cuando me acercaba hacia él para ofrecerle, la rutinaria taza de café negro, la cual ingería a diario mientras escribía, su perfume a base de miel, se inmiscuía por los orificios de mi nariz, haciendo palpitar con gran fuerza mi corazón triste y solitario.
El me atraía. Pero exactamente, no se bien cual era el motivo. No sé si era por la sencillez con la cual se dirigía a mí, pidiéndome que le acercara una u otra cosa a su taller. Tampoco sé, si era aquella mirada de ojos claros y transparentes, la cual me inspiraba una nostalgia suave y duradera que permanecía en mi mente por largo tiempo.
En si, no tengo, claramente definido que clase de atracción sentía por aquel hombre de cuarenta y pico de años, que se resguardaba todas las tardes en su taller, cubierto por hojas de múltiples colores, creando mundos imaginarios, contando historias comunes. Y el cual, lo único que tenia que hacer para que yo estuviese a su lado, era hacer sonar su campanilla de plata, y yo estaría inmediatamente diciéndole, necesita algo señor.

A oscuras

Cuento a partir del azar
Era la madrugada del 1 de Enero en la provincia de San Rafael Mendoza. Don Pacho Pinchura una vez más recibía el año nuevo embebido en soledad. Sentado bajo la penumbra de la cocina, escuchaba el bullicio del vecindario, al cual tanto detestaba, y más lo detesto aquella noche en que escucho mil doscientas veces y a un volumen altísimo, tanto como para hacer vibrar los vidrios de aquel cuarto,…”eres la copa rota, el mar en que me adentro”… una y otra vez,…”eres la copa rota, el mar en que me adentro”… se escuchaba cantar especialmente a los más jóvenes con tonos eufóricos, producto del alcohol se podría pensar. Lo cierto es que cuando llegaba el estribillo, Don Pacho Pinchura hacia fuerza con las palmas de las manos contra los oídos para no escuchar la insoportable frase,…”eres la copa rota, el mar en que me adentro”…
Es que la fama de mal tipo, borracho y golpeador, lo habían separado por completo a Don Pacho Pinchura del trato social con el barrio. Por eso, aquella casa permanecía a oscuras en todos los momentos del día, no importaba si había sol o luna, las luces eléctricas nunca se encendían, a pesar de que allí pasaba sus días un hombre de setenta y dos años al cual la vida le había jugado una mala pasada.

La última cena




Cuento a partir del azar

Cuando abrió la puerta llovía intensamente en la provincia de San Rafael Mendoza. Santos Pinchura pensó que las gotas arruinarían su hermoso traje Armani. Tampoco le agradaba la idea de llegar empapado a la fiesta ofrecida por su mejor amigo. No quería resfriarse ni quedar como un pollito mojado. ¿Qué pensarían las mujeres de él cuando lo viesen así? Por ello, dio media vuelta y tomo el paraguas del baño.
Estaciono frente al salón y salio como un rayo corriendo hacia la entrada. Le dijo su nombre al Mestre y se inmiscuyo entre los invitados.
Miro a su alrededor y lo primero que llamo su atención fueron los arreglos de las mesas y las sillas que inundaban el salón. Debían ser producto de una ardua labor. Lo descolocaba un poco la música que de fondo se escuchaba: “eres la copa rota el mar que me adentro” decía el estribillo, era una canción tan triste que el corazón se le estremeció de golpe.
Minutos después, luego de haber dado sus felicitaciones a su amigo y a la esposa de este, sintió hambre. Se dirigió a las rebosantes mesas de comida y tomo dos presas de pollo y una copa de vino Blanco. Se sentó en las delicadas sillas, tomo los cubiertos y ataco. El sabor era verdaderamente delicioso, casi indescriptible. Perdidos en sus pensamientos comenzó a sentir que algo obstruía en su garganta, cada vez con mayor fuerza. Se levanto de repente puso sus manos en su garganta como ahorcándose a si mismo ante la mirada atónita de los invitados. Su cuerpo sin vida cayo unos pocos segundos después al lado de la mesa un primero de enero de 2005.

Mi diario de escritor

Que tienen en común, Celia, Oscar, Diego y Cristian. Es qué ellos se reunieron un martes del mes de octubre en la Universidad Nacional de Quilmes para hablar acerca de las radios comunitarias.
Fue una de las dos jornadas de charla debate acerca de Procesos Comunicacionales y Practicas Culturales que tuvieron lugar en el auditorio de la universidad. Un evento planificado por el departamento de comunicación de la Universidad.
Mi profesora, Celia Güichal estuvo como moderadora de la mesa integrada por tres personalidades del mundo radiofónico. Por eso la cátedra del taller de escritura del área de la Licenciatura en Comunicación Social, aquella tarde se mudo al auditorio.
Bajo una consigna optativa de escritura tome apuntes, escuche las posturas de los expositores, y pasada las 22.00 horas volví a mi casa pensando en que trabajo de escritura me convenía hacer. Las posibilidades eran tres: una nota de opinión, una crónica o un relato ficcional, en realidad me tentaba más este ultimo, pero no se me ocurrían los diálogos, ni siquiera los personajes. Por eso, tome la decisión de elaborar un relato desde la salida de mi trabajo hasta arribar a la universidad, pasando por las intimidades de la jornada comunicacional hasta si fin.

Entre Hermanas

Entre hermanas

Cuento a partir de
un sueño

Paredes desgastadas por el paso del tiempo, encierran una zona del terreno. En la cual se pueden divisar algunas manchas blancas sobre la pared de cemento que aparentan haber sido pintadas en algún momento. Los utensilios opacos colgados por ganchos de hierro, intentan brindarle una ambientación a lo que ellos llaman cocina.
Allí, se encuentran, Prudencia y su hermana Ana María, dándole las últimas puntadas a la manta que estaban armando juntas.
Las dos visten pollera amplia, con volados. Ana María de color rojo intenso, con flores, combinada con una camisa de color azul, de botones pronunciados de color rojo, los cuales hacían contraste con la camisa. Prudencia, en cambio, viste una pollera de menos amplitud, de color pastel, con una camisa salmón, en su cuello una cinta de raso blanco, formando con ella una mono, el cual ayudaba a mantener la camisa cerrada.
Ana María, estaba sentada de manera erguida sobre una de las sillas de mimbre, sus piernas se encontraban completamente cubierta por una de las puntas de la manta. Mientras que la otra reposaba sobre las piernas de Prudencia, ubicada justo enfrente de su hermana.

ANA MARIA - Si Prudencia, cuantas veces querés que te repita lo mismo, los hombres no son lo que parecen, te muestran una cara y cuando ellos se dan cuentan que estas re enganchada ¡chan! se viene el zarpazo te toman en sus brazos, se sacan las ganas...- (En ese momento Prudencia es interrumpida por el tono exaltado de su hermana, la cual pregunta con aire de no saber de lo que esta hablando Ana María.)
PRUDENCIA - ¿Que ganas? (pregunta Prudencia con rostro de sorpresa, haciendo honor a su nombre)
ANA MARIA – Esa (diciéndolo en vos alta, con intenciones de que su hermana entienda lo que ella quiere decir) que parece que a los hombres le fluyen cuando ven un par de curvas femeninas desplazándose por la calle, y ni te cuento cuando esas curvas están dentro de un pantalón de hombre, de esos que usaba papa para ir al campo de los Ordoñez. Si los hombres ven eso… mamita ¡¡¡agárrate Catalina diría la abuela!!! (dice esto en tono de broma)
PRUDENCIA (En tono inocente) - Pero, yo una vez me puse un pantalón de hombre para acompañar a papa y recuerdo que a los hombres no les vi nada, digo ni ahí pude ver las ganas, yo intento ver algo, pero...
ANA MARIA (Con aire de superada dice) – Hay, hay, hay Prudencita, a veces pienso que nunca compartimos el mismo útero. Es como yo digo, sos adoptada, sos adoptada (Continúa diciendo esta última frase en vos baja, mientras Prudencia intenta defenderse ante la frase hiriente que repite su hermana)
PRUDENCIA (Dando un grito y mirando fijamente a su hermana) - ¡Basta! (lo dice en tono de resignación) me lo voy a terminar creyendo.
ANA MARIA (Su hermana escucha lo última palabra dicha por Prudencia y contesta) – Y hermanita, mal no te vendría, si, si, mal no te vendría (En eso Prudencia dice con vos entrecortada)
PRUDENCIA – Que no tengamos el mismo carácter, no significa que no seamos hermanas (inmediatamente Ana María dice)
ANA MARIA – Claro, claro, pero parece que no entendes bien castellano. Muchas veces te dije, no, mejor dicho te he suplicado que no pusieras los ojos en Francisco. ¿Te lo dije o no? (pregunta, mirando fijamente a Prudencia).
PRUDENCIA – Si me lo dijiste (contesta con la cabeza mirando hacia el piso)
ANA MARIA – Y entonces, contéstame por que no me hiciste caso. Mírate como estas ahora, todo el día pensando en ese don nadie, que no tiene un peso partido al medio, que lo único que hace es ensuciarse en la fabrica de Don Nuñez. (lo dice manteniendo siempre un tono desafiante y a la vez perturbador para Prudencia, la cual, debía escuchar siempre el mismo discurso por parte de su hermana, quien no soportaba la idea de que ella anduviera con un muchacho de clase inferior a la de ellas. Esta situación traía aparejado la infelicidad de Prudencia, porque siempre terminaba discutiendo con su hermana por defender a capa y espada el amor que sentía por aquel muchacho humilde de mirada serena llamado Francisco). Ahora no sé que le vas a decir a Mamá cuando te pregunte donde estuviste en el horario del almuerzo.
PRUDENCIA – No se, veré que me sale en cuanto me lo pregunte. (Contesto Prudencia mirando hacia el reloj de pared colgado sobre una estantería de madera oscura, envuelta por una completa colección de libros de cuentos que coleccionaba su difunto padre).
En esos momentos, ni bien Prudencia menciona la última letra de su oración, se escucha el ruido de la puerta de entrada y con el la voz de Clemencia, su madre. Una señora esbelta de aproximadamente cuarenta y cinco años, de tés blanca y rubia cabellera, de mirada profunda y perturbada. Viste traje oscuro, compuesto por una pollera larga, más amplia que la de sus dos hijas, inundada de puntillas que forman pequeñas figuras, ubicadas en la parte superior de la misma, acompañada por una blusa de seda negra azabache y sobre sus hombros un pañuelo rectangular, largo de color verde militar, el cual permanecía cerrado por un gancho de plata.

Narración que no puedo terminar

Comentario propio;
Narración que no puedo terminar. Estaría dentro de mi diario de escritor. Calculo que no la puedo terminar porque utilice nombre de personas reales queriendo contar su historia, pero, me aburrió, pensé en contar la historia de amor de Míguelo y Valentina, pero siento que ya no me interesa contarla. Como escribí y me esmere bastante, por respeto a “mi” siento que tiene que tener lugar en esta carpeta, pero lo hago solo pensando en la madrugada en que le dedique a este escrito, que si bien la historia no tiene un fin podría llegar a tenerlo algún día.
Los
padres
Cuento de un sueño
Miguel Ángel Caiati y Valentina Alfonso, se conocieron cuando ambos tenían sus vidas resueltas. Y digo esto porque los dos ya habían cumplido los treinta y sentían que sus vidas seguirían siendo iguales como hasta días.
Miguel Ángel (o Miguelo, como le gustaba que le dijeran sus allegados) no había finalizado sus estudios secundarios. Hijo de una familia numerosa de clase media baja, colaborador desde muy chico en la empresa de su padre Nicolás. Este era un taller mecánico, que tenía lugar en el partido de Avellaneda, al Sur del Conurbano Bonaerense, entre las calles Pasteur y Espora, casi a una cuadra de la Avenida Mitre, la principal del partido de Avellaneda. El negocio se mantenía abierto las veinticuatro horas al día, por eso como Nicolás (papá de Miguelo) el cuerpo ya no le no le respondía como para estar todo el día esperando a los clientes, por las noches le dejaba el legado a su hijo mayor Miguelo Ángel, por si surgía algo a media noche. Es así que, Miguelo dormía de día y trabajaba por las noches.
Valentina, vino a la Gran Ciudad para estar al cuidado de una tía en Buenos Aires. Oriunda de la provincia de Corrientes. Sus padres creyeron que lo mejor para ella era que armara el bolso y se fuera de aquel pueblo correntino ya que no veían un futuro prospero para una muchacha dulce e inocente como lo era Valentina. Fue así que se marcho de Otusa, con el único micro de larga distancia que salía una vez por semana desde el pueblo. Con una mezcla se sensaciones, tristeza por abandonar el pueblo que la vio nacer, sus padres sus amigos, pero a la vez feliz porque sentía que se estaba yendo a la tierra de oportunidades, Buenos Aires.
Al llegar, un sábado de verano en que la temperatura de Buenos Aires ardía por encima de los cuarenta grados, se encontró con Esperanza, tía de Valentina por parte materna, quien vivía en San Francisco Solano, en uno de los partidos del Gran Buenos Aires. La casa contenía varias habitaciones y un amplio patio en la parte trasera. Esperanza, era viuda, había perdido a su esposo en un accidente automovilístico hacia algunos años, no tenía hijos y mantenía una vida tranquila viendo al día con la pensión de su esposo. La decisión de aceptar a Valentina en aquella casa era únicamente por una cuestión monetaria, pensaba que si Valentina vivía con ella no tan solo colaboraría con quehaceres domésticos, sino que también aportaría algunos billetes para pagar los servicios, que últimamente habían aumentado más de lo debido.
Fue así que Valentina y Esperanza mantenían una relación cordial y los días pasaban sin sobresaltos.