Sola en Bellas Artes
Crónica de un sábado por la tarde.
Soledad, nostalgia y algo de melancolía era lo que sentía camino al Museo de Bellas Artes. El sol se había adueñado de casi todo el cielo, el calor de la primavera se hacia sentir en la atmosfera. Mientras viajaba en colectivo, podía observar desde la ventanilla mujeres con niños colgados a la cintura soportando el peso de la criatura con una sola mano, mientras que con la otra, sostenían el cochecito para bebes que era ocupado por otro integrante. El colectivo de la línea 129 perteneciente al Grupo Plaza, iba completo, las 28 butacas disponibles para pasajeros estaban todas ocupadas, y desafortunadamente tuve que realizar todo el trayecto que separa Florencio Varela del Correo Central, parada, sosteniéndome del respaldo de uno de los asientos, para no caerme ante una maniobra peligrosa del conductor.
Cabe destacar que el recorrido que realiza el colectivo 129 hasta llegar al Correo Central es bastante largo, pero resulta indispensable llegar hasta ahí para poder hacer combinación con el colectivo 132 que dentro de su recorrido se encuentra el Museo de Bellas artes, el mismo pasa por la puerta de entrada y posibilita la llegada sin tener que caminar algunas cuadras para llegar.
Datos de interés general:
Florencio Varela, se encuentra en el Sur del Conurbano Bonaerense. Los kilómetros, que separan este distrito de la capital Federal son aproximadamente unos 34 y si uno viaja en automóvil el tiempo invertido se traduce en aproximadamente unos sesenta minutos. Sin embargo, los días de semana y en especial en hora pico, la cantidad de minutos suele incrementarse, esto se debe a la gran cantidad de: autos particulares, transportes públicos, camiones, taxis, mini buses, etc. La lista mencionada anteriormente, produce serios problemas de tráfico todos los días, son cada vez más y las calles siguen siendo del mismo ancho y largo.
Mi trayecto en colectivo medido en tiempo:
Tomé la decisión de ir a conocer el Museo de Bellas Artes un día sábado. El tiempo que demoré en llegar desde Florencio Varela hasta al Correo Central, fue de cincuenta minutos. O sea que tarde diez minutos menos de lo habitual, digo habitual porque de lunes a viernes tengo que hacer el mismo recorrido para poder tomar la línea de subte B y así arribar a la zona de Palermo donde trabajo.
Siguiendo con el recorrido:
A fin de cuentas llegué a la primera fase “Correo Central”, caminé hasta la parada de colectivos de la línea 132 y al cabo de unos veinte minutos arribé en el edificio “Museo de Bellas Artes”. Hice un paneo general de la gente que se encontraba sentadas en las escalinatas, el calorcito primaveral continuaba haciéndome compañía, el reloj marcaba las dos de la tarde, y sola me inmiscuí entre las personas que se daban cita en aquellas escalinatas para introducirme en el Museo en busca de construir un nuevo recuerdo.
Lo que primero que se me vino a la cabeza fue, que para ser un día tan primaveral había demasiada gente en el recinto. Luego me causo algo de sorpresa ver la cantidad de adolescente que había la puerta principal. Sin embargo, los que me veían ahí ¿También pensarían eso de mí?. En fin, como era la primera vez que ingresaba al Museo lo primero que hice fue seguir a una congregación de personas extranjeras, entre ellos se podían visualizar: Ingleses, coreanos, chinos, japoneses –debo confesar que no se bien que rasgos físicos distinguen uno de otros, para mí son todos iguales-. Me agrupé a ellos, sintiéndome una extranjera más del grupo, aunque claramente desentonaba con mis rasgos y la vestimenta, de todas maneras me sentía que era tan visitante como ellos. Sin dudar, me hice parte del grupo, y recorrí el primer salón de exposiciones. Un calido, guía comentaba acerca de los cuadros que colgaban de las paredes blancas. Todos prestaban atención y no interrumpían el relato. A lo lejos una voz en off irrumpía el silencio y la concentración de la congregación visitante: “por favor no se apoyen en las obras” repetía sin previo aviso, tanto en castellano como en inglés.
Mientras escuchaba al guía, pensaba en que habrán hecho los personajes que reposaban en aquellos cuadros quietos, que recobran vida en el recinto gracias a un artista que mediante un pincel, un pedazo de lino y una tabla con pinturas de diversos colores le otorgaron vida inmortal a personas que ahora se encuentran con nosotros en el recinto vivos pero encerrados dentro de un cuadro, iluminado por una luz tenue que no desentona con la estética del lugar.
Giro mi cabeza y están ahí conmigo, haciéndome compañía en medio de mi soledad. Reviviendo el momento que se encierra en el cuadro, cada cual respeta el lugar que ocupa, los personajes en su lugar y yo como espectadora me maravillo con cada uno que miro.
El guía siempre mantiene el tono de voz a un mismo nivel. Habla de cada cuadro como si fuera la última vez que lo fuera hacer. Se dirige hacia los presente con aires de que solo el es el único que sabe realmente la historia de cada cuadro. Decidí separarme del grupo, y experimentar por mi misma los demás pisos, que según el mapa que tome en la entrada daba la pauta de que había. Casi como que en puntitas de pie, sin hacer ruido, intentado pasar como desapercibida, desaparecí del grupo y me sumergí nuevamente en mi soledad.
Al seguir con el recorrido, la sensación que sentía era: “Ya pase por acá”. Demasiados cuadros, muchas puertas, poca luz y diagonales que desorientan pero uno se deja llevar, los pasos sin pedir permiso van haciendo camino al andar, provocando ir transitando por el lugar sin uno darse cuenta de cuanto es lo que camino ni cuanto el tiempo que invierte.
No se si seguir, no se que más habrá, los cuadros expresan demasiadas figuras, uno tras otro, no dan lugar al respiro. Muchas personas intentan analizar, se posan frente el cuadro, intentando ver más allá de lo que pueden ver. Pienso, en si cruzo aquella puerta ¿Qué voy a ver? Y de pronto la sorpresa. El pabellón numero uno, es oscuro, con pinturas que reflejan la década en la cual Cristo era crucificado en la cruz.
La sensación de que te perdes esta siempre presente. Recién la Iglesia más tarde figuras sin sentido. Antes cuerpos torsos desnudos, ahora mujeres con vestidos de época. Oh casualidad vuelvo al mismo lugar por donde entre, y me pregunto ¿Por qué estoy de vuelta acá?
El color rojo, mezclado con tonos oscuros.
Saliendo del sector, denominado pabellón numero uno, me introduzco en otro sector del museo “Humanismo, poesía y representación” en el cual un plasma de aproximadamente unas 36 pulgadas acapara las miradas de los visitantes. Observo que en el mismo se reproducen imágenes de las inmediaciones del museo. El piso vibra y pareciera ser la parte “VIP” del museo, por el plasma, la música de fondo que hay y los por los raros peinados nuevos de la gente que mira los cuadros y analiza la intencionalidad del artista de manera grupal, intento oír algo pero se me hace imposible.
Dato curioso:
En el sector VIP, una radio de marca Sony de los años ochenta irrumpe dentro de la estética del lugar. ¿Qué raro no?
Sola:
Aún no puedo saber porque vibra el piso. Entonces considero que debo sacarme la duda con los que más saben. Me acerco al señor de seguridad, y le pregunto: disculpe, ¿es mi sensación o en esta parte del lugar vibra el piso?, mirándome me contesta que si -efectivamente el piso vibraba-. Para explicarme el fenómeno, me dio una explicación tan compleja, que hoy posicionada frente a la computadora no recuerdo el exactamente el por qué.
Saliendo del sector “VIP” al pabellón con obras exclusivamente realizadas por artistas argentinos. Infaltable el gaucho, caras tristes, animales muertos, facón en mano, la costura, etc, son algunas de las escenas que dan origen al pabellón "Yo argentino". "Yo sola en bellas artes" y el pabellón argentino teje en mí tristeza y más soledad.
Saliendo de mis pagos, ingreso al sector donde descansa el Arte Precolombino, y sin lugar a dudas la música que logro escuchar adentro de aquel pabellón me gusta más que las obras que puedo divisar. Al salir, me vuelvo a encontrar con el grupo de extranjeros con el que me uní al principio y temo que se den cuenta de que soy yo, la chica que estaba pero que de golpe desapareció. Por eso atino a escabullirme entre la multitud para no ser reconocida. El guía continúa con el mismo ímpetu en la voz con que de hace dos horas atrás. El hecho de haberme encontrado nuevamente con el mismo grupo me di la pauta de que ellos ya estaban finalizando el recorrido por el Museo y yo sentí lo mismo. Hice un paneo general del recinto, divise la puerta de entrada, y salí sola del Museo de Bellas Artes.
Crónica de un sábado por la tarde.
Soledad, nostalgia y algo de melancolía era lo que sentía camino al Museo de Bellas Artes. El sol se había adueñado de casi todo el cielo, el calor de la primavera se hacia sentir en la atmosfera. Mientras viajaba en colectivo, podía observar desde la ventanilla mujeres con niños colgados a la cintura soportando el peso de la criatura con una sola mano, mientras que con la otra, sostenían el cochecito para bebes que era ocupado por otro integrante. El colectivo de la línea 129 perteneciente al Grupo Plaza, iba completo, las 28 butacas disponibles para pasajeros estaban todas ocupadas, y desafortunadamente tuve que realizar todo el trayecto que separa Florencio Varela del Correo Central, parada, sosteniéndome del respaldo de uno de los asientos, para no caerme ante una maniobra peligrosa del conductor.
Cabe destacar que el recorrido que realiza el colectivo 129 hasta llegar al Correo Central es bastante largo, pero resulta indispensable llegar hasta ahí para poder hacer combinación con el colectivo 132 que dentro de su recorrido se encuentra el Museo de Bellas artes, el mismo pasa por la puerta de entrada y posibilita la llegada sin tener que caminar algunas cuadras para llegar.
Datos de interés general:
Florencio Varela, se encuentra en el Sur del Conurbano Bonaerense. Los kilómetros, que separan este distrito de la capital Federal son aproximadamente unos 34 y si uno viaja en automóvil el tiempo invertido se traduce en aproximadamente unos sesenta minutos. Sin embargo, los días de semana y en especial en hora pico, la cantidad de minutos suele incrementarse, esto se debe a la gran cantidad de: autos particulares, transportes públicos, camiones, taxis, mini buses, etc. La lista mencionada anteriormente, produce serios problemas de tráfico todos los días, son cada vez más y las calles siguen siendo del mismo ancho y largo.
Mi trayecto en colectivo medido en tiempo:
Tomé la decisión de ir a conocer el Museo de Bellas Artes un día sábado. El tiempo que demoré en llegar desde Florencio Varela hasta al Correo Central, fue de cincuenta minutos. O sea que tarde diez minutos menos de lo habitual, digo habitual porque de lunes a viernes tengo que hacer el mismo recorrido para poder tomar la línea de subte B y así arribar a la zona de Palermo donde trabajo.
Siguiendo con el recorrido:
A fin de cuentas llegué a la primera fase “Correo Central”, caminé hasta la parada de colectivos de la línea 132 y al cabo de unos veinte minutos arribé en el edificio “Museo de Bellas Artes”. Hice un paneo general de la gente que se encontraba sentadas en las escalinatas, el calorcito primaveral continuaba haciéndome compañía, el reloj marcaba las dos de la tarde, y sola me inmiscuí entre las personas que se daban cita en aquellas escalinatas para introducirme en el Museo en busca de construir un nuevo recuerdo.
Lo que primero que se me vino a la cabeza fue, que para ser un día tan primaveral había demasiada gente en el recinto. Luego me causo algo de sorpresa ver la cantidad de adolescente que había la puerta principal. Sin embargo, los que me veían ahí ¿También pensarían eso de mí?. En fin, como era la primera vez que ingresaba al Museo lo primero que hice fue seguir a una congregación de personas extranjeras, entre ellos se podían visualizar: Ingleses, coreanos, chinos, japoneses –debo confesar que no se bien que rasgos físicos distinguen uno de otros, para mí son todos iguales-. Me agrupé a ellos, sintiéndome una extranjera más del grupo, aunque claramente desentonaba con mis rasgos y la vestimenta, de todas maneras me sentía que era tan visitante como ellos. Sin dudar, me hice parte del grupo, y recorrí el primer salón de exposiciones. Un calido, guía comentaba acerca de los cuadros que colgaban de las paredes blancas. Todos prestaban atención y no interrumpían el relato. A lo lejos una voz en off irrumpía el silencio y la concentración de la congregación visitante: “por favor no se apoyen en las obras” repetía sin previo aviso, tanto en castellano como en inglés.
Mientras escuchaba al guía, pensaba en que habrán hecho los personajes que reposaban en aquellos cuadros quietos, que recobran vida en el recinto gracias a un artista que mediante un pincel, un pedazo de lino y una tabla con pinturas de diversos colores le otorgaron vida inmortal a personas que ahora se encuentran con nosotros en el recinto vivos pero encerrados dentro de un cuadro, iluminado por una luz tenue que no desentona con la estética del lugar.
Giro mi cabeza y están ahí conmigo, haciéndome compañía en medio de mi soledad. Reviviendo el momento que se encierra en el cuadro, cada cual respeta el lugar que ocupa, los personajes en su lugar y yo como espectadora me maravillo con cada uno que miro.
El guía siempre mantiene el tono de voz a un mismo nivel. Habla de cada cuadro como si fuera la última vez que lo fuera hacer. Se dirige hacia los presente con aires de que solo el es el único que sabe realmente la historia de cada cuadro. Decidí separarme del grupo, y experimentar por mi misma los demás pisos, que según el mapa que tome en la entrada daba la pauta de que había. Casi como que en puntitas de pie, sin hacer ruido, intentado pasar como desapercibida, desaparecí del grupo y me sumergí nuevamente en mi soledad.
Al seguir con el recorrido, la sensación que sentía era: “Ya pase por acá”. Demasiados cuadros, muchas puertas, poca luz y diagonales que desorientan pero uno se deja llevar, los pasos sin pedir permiso van haciendo camino al andar, provocando ir transitando por el lugar sin uno darse cuenta de cuanto es lo que camino ni cuanto el tiempo que invierte.
No se si seguir, no se que más habrá, los cuadros expresan demasiadas figuras, uno tras otro, no dan lugar al respiro. Muchas personas intentan analizar, se posan frente el cuadro, intentando ver más allá de lo que pueden ver. Pienso, en si cruzo aquella puerta ¿Qué voy a ver? Y de pronto la sorpresa. El pabellón numero uno, es oscuro, con pinturas que reflejan la década en la cual Cristo era crucificado en la cruz.
La sensación de que te perdes esta siempre presente. Recién la Iglesia más tarde figuras sin sentido. Antes cuerpos torsos desnudos, ahora mujeres con vestidos de época. Oh casualidad vuelvo al mismo lugar por donde entre, y me pregunto ¿Por qué estoy de vuelta acá?
El color rojo, mezclado con tonos oscuros.
Saliendo del sector, denominado pabellón numero uno, me introduzco en otro sector del museo “Humanismo, poesía y representación” en el cual un plasma de aproximadamente unas 36 pulgadas acapara las miradas de los visitantes. Observo que en el mismo se reproducen imágenes de las inmediaciones del museo. El piso vibra y pareciera ser la parte “VIP” del museo, por el plasma, la música de fondo que hay y los por los raros peinados nuevos de la gente que mira los cuadros y analiza la intencionalidad del artista de manera grupal, intento oír algo pero se me hace imposible.
Dato curioso:
En el sector VIP, una radio de marca Sony de los años ochenta irrumpe dentro de la estética del lugar. ¿Qué raro no?
Sola:
Aún no puedo saber porque vibra el piso. Entonces considero que debo sacarme la duda con los que más saben. Me acerco al señor de seguridad, y le pregunto: disculpe, ¿es mi sensación o en esta parte del lugar vibra el piso?, mirándome me contesta que si -efectivamente el piso vibraba-. Para explicarme el fenómeno, me dio una explicación tan compleja, que hoy posicionada frente a la computadora no recuerdo el exactamente el por qué.
Saliendo del sector “VIP” al pabellón con obras exclusivamente realizadas por artistas argentinos. Infaltable el gaucho, caras tristes, animales muertos, facón en mano, la costura, etc, son algunas de las escenas que dan origen al pabellón "Yo argentino". "Yo sola en bellas artes" y el pabellón argentino teje en mí tristeza y más soledad.
Saliendo de mis pagos, ingreso al sector donde descansa el Arte Precolombino, y sin lugar a dudas la música que logro escuchar adentro de aquel pabellón me gusta más que las obras que puedo divisar. Al salir, me vuelvo a encontrar con el grupo de extranjeros con el que me uní al principio y temo que se den cuenta de que soy yo, la chica que estaba pero que de golpe desapareció. Por eso atino a escabullirme entre la multitud para no ser reconocida. El guía continúa con el mismo ímpetu en la voz con que de hace dos horas atrás. El hecho de haberme encontrado nuevamente con el mismo grupo me di la pauta de que ellos ya estaban finalizando el recorrido por el Museo y yo sentí lo mismo. Hice un paneo general del recinto, divise la puerta de entrada, y salí sola del Museo de Bellas Artes.
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