Entre hermanas
Cuento a partir de
un sueño
Paredes desgastadas por el paso del tiempo, encierran una zona del terreno. En la cual se pueden divisar algunas manchas blancas sobre la pared de cemento que aparentan haber sido pintadas en algún momento. Los utensilios opacos colgados por ganchos de hierro, intentan brindarle una ambientación a lo que ellos llaman cocina.
Allí, se encuentran, Prudencia y su hermana Ana María, dándole las últimas puntadas a la manta que estaban armando juntas.
Las dos visten pollera amplia, con volados. Ana María de color rojo intenso, con flores, combinada con una camisa de color azul, de botones pronunciados de color rojo, los cuales hacían contraste con la camisa. Prudencia, en cambio, viste una pollera de menos amplitud, de color pastel, con una camisa salmón, en su cuello una cinta de raso blanco, formando con ella una mono, el cual ayudaba a mantener la camisa cerrada.
Ana María, estaba sentada de manera erguida sobre una de las sillas de mimbre, sus piernas se encontraban completamente cubierta por una de las puntas de la manta. Mientras que la otra reposaba sobre las piernas de Prudencia, ubicada justo enfrente de su hermana.
Allí, se encuentran, Prudencia y su hermana Ana María, dándole las últimas puntadas a la manta que estaban armando juntas.
Las dos visten pollera amplia, con volados. Ana María de color rojo intenso, con flores, combinada con una camisa de color azul, de botones pronunciados de color rojo, los cuales hacían contraste con la camisa. Prudencia, en cambio, viste una pollera de menos amplitud, de color pastel, con una camisa salmón, en su cuello una cinta de raso blanco, formando con ella una mono, el cual ayudaba a mantener la camisa cerrada.
Ana María, estaba sentada de manera erguida sobre una de las sillas de mimbre, sus piernas se encontraban completamente cubierta por una de las puntas de la manta. Mientras que la otra reposaba sobre las piernas de Prudencia, ubicada justo enfrente de su hermana.
ANA MARIA - Si Prudencia, cuantas veces querés que te repita lo mismo, los hombres no son lo que parecen, te muestran una cara y cuando ellos se dan cuentan que estas re enganchada ¡chan! se viene el zarpazo te toman en sus brazos, se sacan las ganas...- (En ese momento Prudencia es interrumpida por el tono exaltado de su hermana, la cual pregunta con aire de no saber de lo que esta hablando Ana María.)
PRUDENCIA - ¿Que ganas? (pregunta Prudencia con rostro de sorpresa, haciendo honor a su nombre)
ANA MARIA – Esa (diciéndolo en vos alta, con intenciones de que su hermana entienda lo que ella quiere decir) que parece que a los hombres le fluyen cuando ven un par de curvas femeninas desplazándose por la calle, y ni te cuento cuando esas curvas están dentro de un pantalón de hombre, de esos que usaba papa para ir al campo de los Ordoñez. Si los hombres ven eso… mamita ¡¡¡agárrate Catalina diría la abuela!!! (dice esto en tono de broma)
PRUDENCIA (En tono inocente) - Pero, yo una vez me puse un pantalón de hombre para acompañar a papa y recuerdo que a los hombres no les vi nada, digo ni ahí pude ver las ganas, yo intento ver algo, pero...
ANA MARIA (Con aire de superada dice) – Hay, hay, hay Prudencita, a veces pienso que nunca compartimos el mismo útero. Es como yo digo, sos adoptada, sos adoptada (Continúa diciendo esta última frase en vos baja, mientras Prudencia intenta defenderse ante la frase hiriente que repite su hermana)
PRUDENCIA (Dando un grito y mirando fijamente a su hermana) - ¡Basta! (lo dice en tono de resignación) me lo voy a terminar creyendo.
ANA MARIA (Su hermana escucha lo última palabra dicha por Prudencia y contesta) – Y hermanita, mal no te vendría, si, si, mal no te vendría (En eso Prudencia dice con vos entrecortada)
ANA MARIA (Su hermana escucha lo última palabra dicha por Prudencia y contesta) – Y hermanita, mal no te vendría, si, si, mal no te vendría (En eso Prudencia dice con vos entrecortada)
PRUDENCIA – Que no tengamos el mismo carácter, no significa que no seamos hermanas (inmediatamente Ana María dice)
ANA MARIA – Claro, claro, pero parece que no entendes bien castellano. Muchas veces te dije, no, mejor dicho te he suplicado que no pusieras los ojos en Francisco. ¿Te lo dije o no? (pregunta, mirando fijamente a Prudencia).
PRUDENCIA – Si me lo dijiste (contesta con la cabeza mirando hacia el piso)
ANA MARIA – Y entonces, contéstame por que no me hiciste caso. Mírate como estas ahora, todo el día pensando en ese don nadie, que no tiene un peso partido al medio, que lo único que hace es ensuciarse en la fabrica de Don Nuñez. (lo dice manteniendo siempre un tono desafiante y a la vez perturbador para Prudencia, la cual, debía escuchar siempre el mismo discurso por parte de su hermana, quien no soportaba la idea de que ella anduviera con un muchacho de clase inferior a la de ellas. Esta situación traía aparejado la infelicidad de Prudencia, porque siempre terminaba discutiendo con su hermana por defender a capa y espada el amor que sentía por aquel muchacho humilde de mirada serena llamado Francisco). Ahora no sé que le vas a decir a Mamá cuando te pregunte donde estuviste en el horario del almuerzo.
PRUDENCIA – No se, veré que me sale en cuanto me lo pregunte. (Contesto Prudencia mirando hacia el reloj de pared colgado sobre una estantería de madera oscura, envuelta por una completa colección de libros de cuentos que coleccionaba su difunto padre).
En esos momentos, ni bien Prudencia menciona la última letra de su oración, se escucha el ruido de la puerta de entrada y con el la voz de Clemencia, su madre. Una señora esbelta de aproximadamente cuarenta y cinco años, de tés blanca y rubia cabellera, de mirada profunda y perturbada. Viste traje oscuro, compuesto por una pollera larga, más amplia que la de sus dos hijas, inundada de puntillas que forman pequeñas figuras, ubicadas en la parte superior de la misma, acompañada por una blusa de seda negra azabache y sobre sus hombros un pañuelo rectangular, largo de color verde militar, el cual permanecía cerrado por un gancho de plata.
En esos momentos, ni bien Prudencia menciona la última letra de su oración, se escucha el ruido de la puerta de entrada y con el la voz de Clemencia, su madre. Una señora esbelta de aproximadamente cuarenta y cinco años, de tés blanca y rubia cabellera, de mirada profunda y perturbada. Viste traje oscuro, compuesto por una pollera larga, más amplia que la de sus dos hijas, inundada de puntillas que forman pequeñas figuras, ubicadas en la parte superior de la misma, acompañada por una blusa de seda negra azabache y sobre sus hombros un pañuelo rectangular, largo de color verde militar, el cual permanecía cerrado por un gancho de plata.
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