domingo, 2 de noviembre de 2008

Narración que no puedo terminar

Comentario propio;
Narración que no puedo terminar. Estaría dentro de mi diario de escritor. Calculo que no la puedo terminar porque utilice nombre de personas reales queriendo contar su historia, pero, me aburrió, pensé en contar la historia de amor de Míguelo y Valentina, pero siento que ya no me interesa contarla. Como escribí y me esmere bastante, por respeto a “mi” siento que tiene que tener lugar en esta carpeta, pero lo hago solo pensando en la madrugada en que le dedique a este escrito, que si bien la historia no tiene un fin podría llegar a tenerlo algún día.
Los
padres
Cuento de un sueño
Miguel Ángel Caiati y Valentina Alfonso, se conocieron cuando ambos tenían sus vidas resueltas. Y digo esto porque los dos ya habían cumplido los treinta y sentían que sus vidas seguirían siendo iguales como hasta días.
Miguel Ángel (o Miguelo, como le gustaba que le dijeran sus allegados) no había finalizado sus estudios secundarios. Hijo de una familia numerosa de clase media baja, colaborador desde muy chico en la empresa de su padre Nicolás. Este era un taller mecánico, que tenía lugar en el partido de Avellaneda, al Sur del Conurbano Bonaerense, entre las calles Pasteur y Espora, casi a una cuadra de la Avenida Mitre, la principal del partido de Avellaneda. El negocio se mantenía abierto las veinticuatro horas al día, por eso como Nicolás (papá de Miguelo) el cuerpo ya no le no le respondía como para estar todo el día esperando a los clientes, por las noches le dejaba el legado a su hijo mayor Miguelo Ángel, por si surgía algo a media noche. Es así que, Miguelo dormía de día y trabajaba por las noches.
Valentina, vino a la Gran Ciudad para estar al cuidado de una tía en Buenos Aires. Oriunda de la provincia de Corrientes. Sus padres creyeron que lo mejor para ella era que armara el bolso y se fuera de aquel pueblo correntino ya que no veían un futuro prospero para una muchacha dulce e inocente como lo era Valentina. Fue así que se marcho de Otusa, con el único micro de larga distancia que salía una vez por semana desde el pueblo. Con una mezcla se sensaciones, tristeza por abandonar el pueblo que la vio nacer, sus padres sus amigos, pero a la vez feliz porque sentía que se estaba yendo a la tierra de oportunidades, Buenos Aires.
Al llegar, un sábado de verano en que la temperatura de Buenos Aires ardía por encima de los cuarenta grados, se encontró con Esperanza, tía de Valentina por parte materna, quien vivía en San Francisco Solano, en uno de los partidos del Gran Buenos Aires. La casa contenía varias habitaciones y un amplio patio en la parte trasera. Esperanza, era viuda, había perdido a su esposo en un accidente automovilístico hacia algunos años, no tenía hijos y mantenía una vida tranquila viendo al día con la pensión de su esposo. La decisión de aceptar a Valentina en aquella casa era únicamente por una cuestión monetaria, pensaba que si Valentina vivía con ella no tan solo colaboraría con quehaceres domésticos, sino que también aportaría algunos billetes para pagar los servicios, que últimamente habían aumentado más de lo debido.
Fue así que Valentina y Esperanza mantenían una relación cordial y los días pasaban sin sobresaltos.

No hay comentarios: